Lo sentimos por los habitantes de Albocàsser, pequeño pueblo del interior de la provincia de Castelló, ya que éstos nada han hecho para que el nombre de su pueblo aparezca acompañado de semejante estigma, sino más bien todo lo contrario; siempre que nuestros familiares y amigos acuden a su pueblo con motivo de las visitas que nos brindan, nos transmiten que son sumamente hospitalarios con ellos. Pero han de saber que en ese otro «pueblo» también afincado en sus tierras, las cosas son bien diferentes. Cárcel de «última generación», el C. P. Castelló II lleva abierto poco más de un año y medio; no obstante, podría contar ya con 17 muertos en su corto historial. Sacad cuentas. ¿Cómo es posible? ¿Qué está pasando aquí?
Nosotros no estamos en disposición de poder confirmar ese dato; es algo que aquí dentro «todo el mundo sabe», que se comenta por toda la prisión. Al menos nosotros, en el tiempo que llevamos en esta prisión, es decir, en poco más de seis meses, hemos visto con nuestros propios ojos sacar a tres fiambres envueltos en la consabida bolsa de plástico. Y nos constan más (no somos precisamente nosotros quienes más facilidades tenemos para verlo). Y es que no es de extrañar si consideramos que en estos escasos seis meses hemos sido testigos, directos en unos casos, indirectos en otros, de muchos casos de malos tratos y de palizas totalmente «gratuitas».
Y para muestra dos botones: el primero de ellos el testimonio de José María Benito Giménez, publicado en estas mismas páginas hace escasos días, que por nítido no necesita mayor comentario. El segundo, el caso de Isra, ocurrido por esas mismas fechas, un joven que, según cuentan quienes fueron testigos de los hechos, recibió sendas palizas, primero en el módulo en el que se encontraba y después en el módulo de aislamiento, antes de que a la mañana siguiente apareciera ahorcado en la celda. Al parecer fueron dos los presos que aparecieron muertos en ese mismo módulo de aislamiento en el plazo de pocos días.
En una ocasión el responsable de seguridad nos dijo que nosotros éramos los únicos que nos quejábamos. Normal, teniendo en cuenta que la experiencia les enseña que cada denuncia puede alejar aún más el día de la libertad, mientras que puede acercar drásticamente el momento de la paliza. Y es que si algo ponen de manifiesto estos hechos es que la cárcel, al igual que las comisarías y cuartelillos, cada uno de sus módulos, y en especial el módulo de aislamiento, constituyen un espacio de impunidad donde 30 años después de la tan cacareada «transición democrática», los malos tratos físicos y sicológicos, la violencia, la amenaza y el miedo siguen estando a la orden del día.
Y es que... ¿qué régimen penitenciario es éste en el que una persona aquejada de epilepsia -caso de Isra, hecho por el que, si bien nunca debió ser golpeado, ni siquiera debió de ser aislado- puede ser aislada y golpeada y aparecer, al cabo de unas pocas horas, ahorcada?, ¿... en el que una persona enferma, en fase terminal, a quien apenas restan seis meses de vida, no sólo es mantenida en prisión contraviniendo lo que la ley establece para estos casos, sino que además puede ser golpeada hasta el punto de perder incluso un órgano vital?, ¿... en el que, tal y como apuntan los testimonios que corren de boca en boca, los abusos de autoridad, las represalias de corte corporativista, las agresiones verbales y físicas, las palizas, a las que por lo visto algún funcionario ha llegado a referirse como de «particular terapia anti-estrés», constituyen una realidad habitual y sistemática?, ¿... en el que no sólo no se garantiza la integridad física y síquica de las personas, sino que en demasiadas ocasiones se atenta contra ellas?
Impunidad que se ve reforzada mediante el intento de silenciamiento de cualquier acto de protesta o de denuncia. Por lo visto, al día siguiente de aparecer ahorcado Isra, familiares y allegados del mismo se acercaron hasta las puertas de la prisión con la intención de denunciar lo sucedido, y junto a ellos una cámara de TV Canal 9. Pues bien, «casualmente» ese día no fue posible ver dicho canal en la prisión, mientras que el resto de canales podían verse sin problemas.
Así las cosas, volvemos a lanzar la misma pregunta del comienzo: ¿Qué está pasando aquí? ¿De quién es la responsabilidad? ¿Del carcelero que ejecuta la paliza? ¿Del médico que, como en el caso de José María Benito Giménez, firma partes de «autolesiones» inverosímiles (parece que dicho parte ya ha sido desacreditado, por «imposible», por el propio hospital al que fue conducido José María Benito)? ¿Del Juez de Vigilancia Penitenciaria que, junto al médico y la directora, es el responsable del seguimiento diario y, por tanto, de la integridad física y síquica de los presos a los que se les aplica el régimen de incomunicación? ¿De los Directores de la prisión y de Instituciones Penitenciarias, máximos responsables de cuanto acontece dentro de estos muros? ¿De quién?
Sea como fuere, y a través de estas líneas, pedimos a los medios de comunicación y otros colectivos sociales que investiguen y se hagan eco de todos estos hechos; que se exija a las autoridades competentes que los aclaren, que se depuren responsabilidades y, por supuesto, que se tomen las medidas necesarias para que todos estos hechos se conviertan definitivamente en cosa del pasado y para que, de esa forma, la realidad penitenciaria pueda aproximarse siquiera mínimamente a los principios y fines que tan pomposamente propugnan sus propias leyes; también para estos presos desvalidos en su mayoría.
Desde estas líneas queremos enviar un fuerte abrazo a José María Benito y a los familiares y amigos de Isra de parte de todos nosotros.
(*) También firman este artículo los presos políticos vascos recluidos en Castelló II Joseba Gonzalez, Aitor Herrera, Harkaitz Lavega, Patxi Markes, Arkaitz Rodríguez y Jagoba Terrones